¿Qué es Enred@ndo?

Aún tratándose de un blog personal, Enred@ndo no pretende ser la página de mis confesiones íntimas, ni mucho menos, aburrir con un sentido práctico-profesional. Se trata más bien de un blog para el que viene y va por la red sin mirar atrás, donde la ficción y la realidad convivan sobre nuestros enredos cotidianos con el desparpajo del que se siente un neófito en esta nueva forma de compartir.

lunes, 25 de agosto de 2008

Yo soy de los que no tienen carné...¿Y qué?

Nunca me gustaron los coches, es más, creo tener cierta fobia a su conducción. No niego que a veces sea un engorro depender de alguien para los desplazamientos, pero es lo que tiene el matrimonio, te casas por amor y acabas haciendo de chófer. Reconozco que a mi mujer, esto la saca de quicio, porque además soy un copiloto coñazo. Bueno, coñazo y torpe, de los que no paran de dar indicaciones sin tener muy claro, aún, cuál es la derecha y cuál es la izquierda. Como Rosa Díez.

De niño, mi padre me ponía sobre sus piernas para que cogiera el volante, pero a mi no me cuadraba demasiado que el coche estuviera quieto y terminaba concentrado en el claxón. Por eso, mis primeras experiencias verdaderas con los coches acontecieron durante mi adolescencia. Era autoestopista. Sí, en serio. Con mi pandilla, cada fin de semana me colocaba, dedo en ristre, en el stop de La Herradura, soñando con que una madurita desinhibida me llevara al extásis... o como mínimo a Almuñécar, donde me volvía a colocar. El invento se empezó a estropear cuando el primero de nosotros se sacó el carné. Entonces, aparecieron las clases sociales en mi pandilla: los con-coche-y-carné, los con-carné-y-sin-coche, los-sin-carné y... yo. El paria. Aunque la cosa se terminó de rematar cuando aparecieron las novias, ahí la involución del grupo fue total: los con-novia-guapa, los con-novia-fea, los sin-novia, y... yo. El más tonto. Es curioso, tías y coches ¿No era esto lo que ellas siempre dicen que tenemos en la cabeza?

Ahora, de mayor, no llevo tan mal la cosa. Entre el autobús, algún que otro taxi, el coche de mi mujer, el de empresa y el de sanfernando me muevo por la vida. La bicicleta, como casi todo el mundo, la suelo coger para comprar el pan los domingos... los domingos que caen en veintinueve de febrero y no llueve. Quizá por ello siempre me han gustado las distancias cortas.

Lo que mejor llevo es lo del carné sin puntos. Los perdí todos de nacimiento. Cuando nací a mi madre le dijeron: ha tenido usted, un peatón, y aquí me tienen, aguantando las sonrisitas del tipo con descapotable y rubia a su derecha que pasa todos los días por mi lado cuando espero el autobús. El cabrón tiene cara de triunfador, de tenerlo todo en la vida. Pero seguro que aún no ha experimentado lo que es tener a mi mujer, a mi izquierda, sentada al volante y cabreada como una mula, suplicándo por Dios que me calle o para el coche.

Hoy en día, como todo el mundo tiene carné, el tema ha dejado de servir para clasificar socialmente. La cosa se ha hecho más sutil, ahora los tíos como el del descapotable le dicen a su vecino:

Oye, Fernando, que mercedes más guapo. Joder, con MP3 y todo.
Ya ves tío, 300 eurazos que me costó ponérselo.
—Ah ¿Se lo pusiste tú? Pues en el mío venía de serie ("so pringao").

Y es que el reconocimiento social y el sentimiento de libertad son dos conceptos siempre ligados al vehículo. Por eso, en la reforma del Código Penal, si la cagas al volante, te reconocen como delincuente y te privan de ella. (Algún día la cagarás, cabroncete).

Vale, reconozco que al tío le tengo ganas. Pero es que el otro día, en la rotonda de Neptuno, lo vi sacando a un ciclista de la calzada. El hombre, de unos sesenta años, circulaba por su derecha, mientras él, con sus flamantes posesiones, iba cruzando carriles a más de cien, con el dedo hundido en el claxón y sin mirar atrás. Yo a éste no le quitaba los puntos, más bien se los cosía, de sutura, de los huevos al sillón ¡A ver si le iba a quedar gracia para sonreir!

No me importa ver a los coches en la carretera (ya saben, de la mar el mero...), pero me molesta su presencia en la ciudad, soy de los que peatonalizarían hasta los aparcamientos subterráneos. Y por mucho que nuestros políticos intenten pervertir el concepto, el lema de "la ciudad para el ciudadano", yo me lo creo a pies juntillas. No en vano, etimológicamente, la palabra castellana "ciudad" deriva de la latina civitas, que tal y como nos explica San Isidoro de Sevilla en su Etimologiae, designa una pluralidad de seres humanos unidos por lazos sociales y debe su nombre al de los ciudadanos (cives). En la misma obra, el ilustre obispo sevillano que algunos ven como el patrón de internet— define como urbs (urbe) a la fábrica o estructura material de la ciudad que concentra y abarca, dentro de sus muros, la vida de muchos.

Como dice el profesor J.L. Ramírez en su publicación
«La ciudad y el sentido del quehacer ciudadano» (ICE, Universitat de Lleida, 1995), «[...]para nosotros la palabra "ciudad" significa primordialmente el conjunto de edificios y vías de tráfico dentro de los cuales se desarrolla la vida y actividades de los ciudadanos. Es decir llamamos normalmente "ciudad" a lo que en propiedad debiera llamarse "urbe" y traducimos la palabra latina "civitas" como "ciudad" con la mente puesta en la "urbs" de los romanos.»

Analizado de esta manera, no me cabe duda de que al concepto de
«urbe» le cabe todo, pero al de «ciudad» le sobra, como mínimo, los vehículos y los tíos como el del descapotable. Elijan ustedes mismos donde quieren vivir, pero ante todo... no sonrían a los peatones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace años oí a Sabina presumir de que no tenía carné. Por aquel entonces lo creí un loco, o quizás un snob. Pensé, además, que no era posible andar por este mundo sin coche propio (reconozco que bajo determinadas circunstancias es bastante mejor ir sin carné que sin coche propio). Pero durante este mes me he podido pegar el gustazo de ir con chófer y con guía, y créeme que, también bajo determinadas circunstancias, ha sido más una necesidad que una opción, ya que ni el navegador GPS más preciso, ni la cartografía más detallada (si la hubiera) habrían hecho posible lo que la experiencia y el conocimiento del propio territorio, de las gentes y sus costumbres.

Al margen de esta contingencia, soy peatón por convicción. Creo en una ciudad de los peatones y de los rodadores de bajo impacto; y también, ¿por qué no?, del transporte eficiente y no sólo eficaz. Creo en una urbe diseñada para la convivencia, para las relaciones interpersonales más allá de las conversaciones que se tienen con una luna de automóvil de por medio entre automovilistas o entre éstos y los peatones; en la fluidez entre los barrios, y no en recintos estancos; en la posibilidad de una salida rápida de la urbe (siguiendo aquella norma de civilidad que aconseja "dejar salir antes de entrar"); en una ciudad de barrios, en la que haya de todo en cualquiera de ellos.

No sé si el suelo (ese suelo resultado de la interacción del clima y los seres vivos sobre un sustrato geológico durante un tiempo más o menos largo) será un recurso digno, no ya de proteger, sino siquiera de gestionar para el interés general por encima del derecho a la propiedad privada; en todo caso, parece que bajo una estructura económica basada en la continua construcción, parece sensato reconstruir la urbe sobre sus propias ruinas en vez de convertir los actuales centros urbanos en las afueras de nuevos centros levantados en las periferias. En definitiva, creo en una urbe de unas dimensiones tales que el ciudadano es consciente de los recursos que precisa, y de los residuos que genera, y es responsable de su sostenibilidad.

Al hilo de lo que decías de Rosa Díez, en una entrevista que alguien le hizo (ahora recuerdo quién fue), ella exponía punto por punto su ideario; y tras cada epígrafe decía "¿eso es de izquierdas o de derechas?, yo creo que cualquiera estaría de acuerdo conmigo". Lo que sí recuerdo es que yo estaba en desacuerdo con su programa, punto por punto. Lo que me lleva a la conclusión de algo de lo que siempre he estado convencido: que la población se divide entre los que no creen en la diferencia entre izquierda y derecha, por una parte; y la izquierda, por la otra.

Hace algún tiempo escribí algo referente a mi visión sobre el ansia de poseer un coche. Te dejo el enlace.

http://alabastro-blanco.spaces.live.com/blog/cns!D46B8E4CE7058355!1955.entry

Un abrazo, nos vemos en breve.

Rafa Medina dijo...

Hola compañero! Muchas son las cosas por las que debo felicitarte. En primer lugar, por tu regreso (ya me contarás tu periplo por tierras bolivianas); en segundo lugar, por tu maravilloso blog... No tenía ni idea de esa faceta tuya, pero no imaginas la ilusión que me ha hecho descubrirla. Esto se merece una sesión extra de copas en algún antro de acogida; por último, por tu artículo, no puedo estar más de acuerdo. El "Un, dos, tres" aprovechó la inocencia de una sociedad en pañales que aún creía en los Reyes Magos y sus dos premios gordos (el apartamento en Torrevieja y el coche), treinta años después, empiezan a mostrar lo latente de su veneno. No obstante, he de reconocer que el programa de Chicho nos legó a su "Ruperta" como sutil forma de recordarnos que "el que todo lo quiere, todo lo puede perder".

Nos vemos el lunes. Un abrazo