¿Qué es Enred@ndo?

Aún tratándose de un blog personal, Enred@ndo no pretende ser la página de mis confesiones íntimas, ni mucho menos, aburrir con un sentido práctico-profesional. Se trata más bien de un blog para el que viene y va por la red sin mirar atrás, donde la ficción y la realidad convivan sobre nuestros enredos cotidianos con el desparpajo del que se siente un neófito en esta nueva forma de compartir.

viernes, 13 de julio de 2012

Tengo un trauma con los quesitos

Tengo un trauma con los quesitos. En serio. La primera vez que me enfrenté a un quesito tendría cinco años. La culpa fue de aquel niño francés rubio platino con el que mantuve cierta relación de vecindad entre sombrillas de playa. Mi madre, que como todas las españolas de la época querían estar a la última, siempre se fijaba en las maneras y costumbres de las mamás que venían de fuera, y por desgracia, aquel verano decidió darle boleto al clásico bocadillo de mortadela con mantequilla y sustituirlo por la sofisticada porción de queso fundido: el puto quesito.

Vincent, que así se llamaba el gabachete, era reclamado por su madre, quesito en mano, con la dulzura con la que Édith Piaf interpretaba La Vie en Rose, y el niño salía del agua con alguna gracil pirueta a modo de delfín. Y entonces llegaba el momento del quesito. Vincent era un auténtico especialista. Cogía el quesito con la izquierda y, hurgando con la derecha sobre el aluminio, le daba un preciso toque al hilillo rojo y al quesito se le abría la pechera como a aquellas barcazas del desembarco de Normandía.

Yo lo miraba extasiado desde la distancia, hasta que mi madre, que estaba en todas, reaccionaba como una pantera y, brazos en alto, me hacía salir del agua para tomar la merienda. No me imaginen como un delfín saliendo del agua, no. Chorreando, con las gafas y el tubo apretándome las sienes, y un flotador áspero como la lija, recogía aquel artefacto metálico con la delicadeza de un centollo, y en un desesperado intento de agarrar el hilillo de los cojones, el queso se desparramaba por todas las dobleces de los vértices, pringando manos, flotador y aletas con desenfreno.

Entonces, miraba a mi madre y mi madre me miraba a mi, y de la misma congoja bajaba la vista hacia la tapadera de los quesitos y miraba a la vaca que se estaba partiendo la caja de la risa.
Puta vaca.



La cinta de Moebius


Me extraño por triste
y triste me siento ahora
cuando en reflejo me extraño.

Me arrimo por pena
y pena de muerte firmo
cuando al cadalso me arrimo.

Me ahogo por dentro
y dentro de ti me pierdo
cuando impaciente me ahogo.

Me arrastro cansado
y en la tierra me desangro
cuando llorando me arrastro.

Me encierro en el cielo
y en la noche me libero
cuando en el sueño me encierro.

Me abrazo a tu boca
y la sábana congelo
cuando a tu lado me abrazo.

Me muero por solo
y sólo tu beso añoro
cuando desnudo me muero.