¿Qué es Enred@ndo?

Aún tratándose de un blog personal, Enred@ndo no pretende ser la página de mis confesiones íntimas, ni mucho menos, aburrir con un sentido práctico-profesional. Se trata más bien de un blog para el que viene y va por la red sin mirar atrás, donde la ficción y la realidad convivan sobre nuestros enredos cotidianos con el desparpajo del que se siente un neófito en esta nueva forma de compartir.

jueves, 1 de octubre de 2009

La mirada de un mimo

Hay ciertos momentos en los que desearía mirar como mira un mimo. A la vista de todos, sí, pero detrás de un disfraz que te inmunice de la estupidez reinante, y en la quietud, sobresalga del bullicio cotidiano de la calle montado en un pedestal de cartón-piedra. A veces quisiera no ser tan transparente, ni con los amigos ni con los enemigos, mostrando una fachada que se acabe detrás de la capa de maquillaje. Sin interior, vacío a los ojos de los que pasan por mi lado, indiferente a sus indiferencias, perdido en la nada. Me seduce la idea de mirar siempre por encima del hombro, sin miedo al ridículo, preocupado únicamente de las nubes de otoño que amenazan al disimulo, de las palomas confusas por lo inerte de la pose, pendiente de todo pero de nada en especial.

A veces, quisiera también desterrar la indolencia que me invade como la ponzoña y sentir como siente un mimo, tan callado en la risa como en el llanto, con las lágrimas por dentro, con esa extraña sutileza del gesto que dice sin decir nada, pero colecciona muecas y soslayos de gente hueca por fuera. Clientes, al fin y al cabo, a los que vender sonrisas y flores de cartulina para poder, como ellos,...

...moverme por dinero.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Y así que pasen...

Han pasado ya casi diez años desde aquel día en el que, mi mujer y yo, montamos un viejo PC en la mesa del comedor, recortamos unas tarjetas con la tijera de la cocina y empezamos a volar solos. Diez años ya de aquella noche en la que le solté por teléfono cuatro frescas a la "primera jefa" de Asun, y la despidieron, claro. Una década, en la que el "teletrabajo"no era una opción, sino un recurso, y mi mujer debía atender a su cliente Aurelio en aquel salón de la casa de sus padres, poniendo cara de chica lista. Teníamos miedo sí, pero ¡que cojones le echábamos!

Han pasado mucho tiempo y muchas cosas. Mucha gente también. De los buenos aprendí las cosas buenas y de los malos, las cosas malas, pero aprendí lo suficiente para, ahora, poder evitar a estos últimos. Rafael, nuestro hijo, cambió nuestra vida como un ciclón y aceleró el segundero del reloj de la cocina. Mi niño es una joya, mi joya, nuestra joya.

Sin acudir a la nostalgia, vuelvo la vista atrás para agradecer a mucha gente pero sobre todo a mi mujer, a mi hijo, que es y será siempre la mejor empresa que he puesto en marcha, y a nuestra familia y amigos, que aún tenga un ordenador en la mesa del comedor para poder escribir este recuerdo, porque su inconsciente rebeldía alberga el impulso que nos ha de mantener en vilo los próximos diez años.

¿Y después? Bueno, no me atrevo a decir que será un ordenador lo que tenga en la mesa del comedor, pero seguro que encontraré algo para escribir de nuevo.

viernes, 24 de julio de 2009

Sonetillo del brote amargo

En la tarde sibilina
que julio rompió a calor,
la mano de un traidor
se esconde tras la cortina.

Con su guadaña asesina,
la mano cortó a la flor,
y la baba, en derredor,
al patio torna en espina.

¡Ay, mano oculta que espera,
emboscada en su locura,
afilarse la tijera!

¿No entiendes, en tu ceguera,
que el brote de tu amargura
es retoño en primavera?

(Dedicado a mi vecino Martillazos, con todo mi afecto, por el "desinteresado" trabajo de jardinería que realizó la otra tarde sobre nuestras plantas. Con el anhelo de que éste se repita cada año, evitándome la ingrata tarea de desenredar la maraña de espinas en la que conviven un jazmín y un rosal trepador, espero que sepas apreciar mi gratitud en este sonetillo, improvisado para la ocasión y con la única pretensión literaria de mostrarle al mundo lo gilipollas que puedes llegar a ser. Gracias querido tonto)

miércoles, 3 de junio de 2009

Monográfico: mi vecino Martillazos (2ª Parte). El rehuétor en tiempos de crisis.

En estos tiempos que corren, los medios de comunicación no paran de bombardearnos con cientos de titulares que, cogidos a vuelapluma, parecen tener un cierto efecto contraproducente.

A Martillazos, sin ir más lejos, la crisis del ladrillo le pilló haciendo una obra en Gabias, cuando escuchaba al Carlos Herrera. No veas el sustó que se cogió. Le temblaban tanto las manos, que no atinaba a teclear el número de Ceballos para reservar, sobre la marcha, un palet de ladrillos que le faltaban para rematar un tabique. ¡Qué fuerte! ¡Dónde se ha visto un país un sin ladrillos! Que nos quedemos sin retretes tiene un pase, porque siempre se ha hecho de vientre en el campo ¿Pero sin ladrillos? Además, a él, lo de los sanitarios no le va a pillar desprevenido, porque cuando se enteró que metían al Roca en la cárcel, llenó la cochera hasta los topes de inodoros y lavabos.

Y es que los medios de comunicación de este país tienen la mala costumbre de hablar para que nadie los entienda. Pero no me crean del todo, pues ya sabéis que no me hablo mucho con él, si les cuento que tengo la sensación de que el muchacho ya va pillándole el hilo al asunto, aunque aún no tengo confirmado si la cosa le quedó clara con las explicaciones del Krueger éste, que ganó el Nobel de Economía, o más bien se ha ido dando cuenta, poco a poco, ya que lleva sin rascar bola desde que acabó el tabique de Las Gabias. El caso es que yo empecé a sospechar de su preocupación por la Economía, cuando lo vi descargando material delante de la casa de Jorge y Blanca, el día que firmaron la escritura de venta. Y yo no lo puedo asegurar porque no estaba delante, pero dicen las malas lenguas, que "los nuevos" pisaron antes la casa de Martillazos que la propia que acababan de comprar (para el que no lo sepa, su casa es como la casa-piloto de una promoción, y la suele usar a modo de catálogo para mostrarle al cliente todas las posibles reformas que el inmueble admite).

Hoy en día ya no me cabe ninguna duda. Martillazos, con todo lo bruto que parece, se ha tomado muy en serio eso que dice ZP sobre la Economía Sostenible, y la otra noche le estaba contando a alguien, que se había apuntado a un curso CCC de Técnico Superior en Investigación con Celúlas Madre.

Que sí hombre, que eso de las células madre es el futuro. No ves que ha dicho el Gobierno que a partir de ahora sólo se van a construir "uvepeos", de esas para los pobres ¡Qué esa gente está tiesa para hacer reformas! ¡Que te lo digo yo, que son peores que mis vecinos, que llevan aquí para cinco años y todavía no han cambiado ni los portalámparas!
Ya, pero mira, que eso tiene que ser la hostia de difícil ¿No?
Que va a ser difícil. Difícil, difícil , y bien pagado, claro, era sacar el nivel del techo con el suelo, que sólo lo podía hacer un oficial de primera. Eso tiene que ser como lo de los arquitectos, que mucho libro y mucha cuenta, pero al final las obras las hacen los albañiles ¿Tú has visto alguna vez a algún arquitecto sacando un nivel?
Bueno, vale, pero tendrás que ponerte a estudiar...
—Nada, nada, si eso es como el carné del coche. Primero te sacas el test y después, con un puñado de prácticas, te colocas enseguida.
—¿Y tanta salida tiene eso?
—¿Lo de las células madre? ¿Es que no te has enterado en la tele de lo del aborto? Cuando aprueben la Ley esa, madres, madres, lo que se dice madres, van a quedar contadas, y las células esas se van a vender como rosquillas...

...Que te lo digo yo, hazme caso.




sábado, 30 de mayo de 2009

El cajón de las cosas importantes

En mi casa, el cajón de las cosas importantes está en la cómoda del salón, en una de sus esquinas y junto al ventanal del patio, es decir, en el lugar más accesible y luminoso de todo el inmueble. A su derecha, y separado por la enorme cajonera de los manteles a la que nunca le he visto el fondo, se encuentra el cajón de las cosas menos importantes, que no por ello deben resultar mediocres. A primera vista, se diría que ambos cajones parecen eso, cajones molientes y corrientes, pero la realidad es que sin ellos, yo no podría vivir.

Y es que la importancia de un cajón no se halla en la nobleza exterior de la madera del mueble (en mi casa, los muebles son de madera de pino, de esa que se pasa media vida crujiendo de joven y la otra media, crujiendo de vieja), ni en la trascendencia de su contenido interior. No. La importancia de un cajón se encuentra en la categoría que éste adquiere la primera vez que le metemos algo. Que la cosa es importante, pero importante de verdad -por ejemplo, las instrucciones de la caldera, el primer día que te mudas a un casa con caldera-, entonces el cajón se convierte, desde ese mismo momento, en el cajón de las cosas importantes. Y de la misma manera, si lo que metemos es algún artilugio de cierta gracia que el día menos pensado te va a hacer falta -por ejemplo, la calculadora que te regaló tu suegra en su fiesta de jubilación-, lo más normal es que ese cajón pase a ser el cajón de las cosas menos importantes (y no porque a mí no me importe mi suegra, que la quiero un montón, en serio).

Es más, si profundizamos un poco en la cuestión, nos daremos cuenta de la verdadera relevancia de estos dos cajones que, como en mi caso, puede llegar a ser vital. Y es que en mi parecer, su mayor repercusión se encuentra en la inestimable labor social que desempeñan en una casa. Me explico. Imaginemos que, a los nueve meses de haberlo comprado, se te jode el televisor LCD de pantalla plana que te costó un huevo. Tú sabes que está en garantía, pero ¿Dónde está el ticket de compra? Ja, pues en el cajón de las cosas importantes (si lo tienes, claro), y si no está ahí, al menos ya tienes un sitio seguro por el que empezar a buscarlo como un loco, o acabar gritando esa terapeútica frase de los estados desenfrenados, que dice algo así como ¡claro, si fuéramos capaces de guardar las cosas donde deberían guardarse! ¿Es o no es importante un cajón de las cosas importantes? Pensadlo bien. Si no tuviéramos este tipo de cajón en casa, estaríamos prescindiendo, en primer lugar, del sitio con mayor probabilidad para encontrar cosas importantes perdidas. Pero además, nos perderíamos su maravillosa propiedad intrínseca de ser el primer sitio al que dirigir la búsqueda y, aún más, en el caso de que ésta fuera infructuosa, no tendríamos con quién consolarnos.

Bueno sí, podríamos consolarnos con el cajón de las cosas menos importantes, que es (seguro que lo habéis adivinado) el segundo sitio en el que mirar cuando se te pierde algo importante. Pero el hecho de buscarlo en este segundo cajón, resulta, como mínimo, de una incoherencia supina, pues por su propia naturaleza, el cajón de las cosas menos importantes no suele contener nada importante. Como mucho, a este otro le puedes pedir que te guarde la pila eléctrica que siempre te sobra cuando terminas, exhausto y al borde de un colapso mental, de montar doscientos juguetes en una mañana de Reyes. Aunque la verdad, casi nunca vale de nada, pues el día que te hace falta una única pila, seguro que tiene una A de más, o de menos, que la que guardas en el cajón, y al final, el que lo paga es el mando de la minicadena.

En fin, que la cosa teniendo su miga, sobre todo tiene cajones. Y para casos desesperados, dejad en paz al pobre San Cucufato y buscad en el montón de folletos publicitarios y cartas de propaganda que sobreviven, mes a mes, encima del microondas. Nunca falla.

sábado, 7 de febrero de 2009

La crisis del político y la del ciudadano

Últimamente tengo la sensación de que la clase política de este país está bastante acojonada. Sobrepasada por las circunstancias, ya ni siquiera les reconforta zurrarle la badana al oponente de turno. Es deprimente. De las caras crispadas de los debates del 11-M y de aquella negociación con ETA hemos pasado a un rosario de caritas tristes y miradas esquivas que empieza a preocuparme. Entre nosotros, me da por pensar que éstos no saben cómo salir del hoyo.

Al Gobierno (y al PSOE) ya no le vale aquello de que el malo sea Bush, el feo sea Aznar y el bueno ZP. No, esto ya no funciona así. Al principio, cuando la crisis parecía cosa de los bancos norteamericanos y de todo el batiburrillo financiero con el que nos enredaron -recuerden aquello de las subprimes, los activos tóxicos y la madre que los parió a todos- nos vendieron la moto de que ésta solo iba a afectarle a los ricos (como si a ellos pudiera afectarles una crisis) fruto de la insaciable voracidad de un sistema capitalista alentado por Bush y su caterva de neocones. Enseguida llegó el crash del sector inmobiliario, los despidos masivos y los ERE de las grandes compañías y, aunque tuvieron que cambiar el discurso y de la desaceleración pasamos a la crisis, los efectos de la misma sólo los sufría el empresario cabrón y podrido de euros, gracias a las políticas neoliberales de Aznar que ampararon la burbuja inmobiliaria y el pelotazo urbanístico. Pero muy poco después, la crisis empezó afectar al bolsillo del currito de a pie y el paro dejó de estar asociado al reajuste del ladrillo para machacar a todos los sectores por igual.

Grandes y pequeñas empresas, autónomos y trabajadores por cuenta ajena se desangran por igual en una violenta destrucción de empleo sustentada, de momento, por el subsidio y la esperanza de que esto no dure mucho. Pero ¿Qué ocurrirá dentro de seis o doce meses cuando la nómina de desempleado se acabe? ¿Quedarán fondos en las arcas públicas para no dejar tirados a miles de familias o tendremos que devolver los cuatrocientos euros de marras? La Banca ya ha manifestado su intención de no dar créditos en época de recesión y el Gobierno, no se sabe si paciente o impaciente, guarda un silencio tenso, de esos que suenan en las pelís de miedo antes de que el tío de la máscara salga de la sombra, cuchillo en ristre. Y lo peor es que ya se han agotado las excusas y los culpables. El malo se fue con viento fresco de la Casa Blanca y al feo, que se le ha ido la pinza en los últimos tiempos, le han pasado por encima cinco años de gestión socialista. Y por eso en los bares, el que más y el que menos se caga en las castas del bueno de ZP. Uno es consciente de que la cosa está chunga cuando ni Sonsoles se cree que el Plan Español de Estímulo para la Economía y el Empleo o Plan E (de estamos-bien-jodidos) tenga el más mínimo efecto sobre la situación.

Pero no crean, la oposición no está mucho mejor. Al PP se le ve más cómodo chapoteando en el barro de la corruptela y de los espionajes de la Espe que hablando de economía, y cuando se les acabe el chollo de estos dimes y diretes, son capaces de sacarnos a la Soraya en bolas con tal de desviar la atención, aunque puestos a dar morbo, yo creo que la Cospedal molaría mucho más. Rajoy está pillado por los huevos y se siente tan culpable de la situación como ZP porque sabe que la cagaron en su legislatura, en la que invirtieron ocho años tabicando de ladrillo a este país hasta que reventó por la sisa. Mientras los chinos mandaban a otros chinos al espacio y los indios se devanaban los sesos para fabricar portátiles por veinte euros, nosotros nos dedicamos a poner y quitar carteles de ESTE PISO SE VENDE (eso sí, un poquito más caros que ayer). Por eso hoy tienen que callar estos otros mamones de lobby fácil que tanto se jactaban del superávit de las cuentas públicas ¡Otro gallo nos cantaría ahora si esos beneficios estatales se hubieran invertido en un cambio de rumbo de nuestra economía! La herencia de ocho años neoliberales ha quedado confinada en el horripilante expolio iconografíado por la operación Malaya y en unas arcas llenas que mañana tendremos que vaciar para frenar el hambre y la pobreza del que se decía el octavo país más rico del mundo.

La parte buena de la crisis es que nadie tiene dónde esconder sus vergüenzas. Cuando nuestros políticos se quedan sin cabezas de turco y huérfanos de esa locuacidad cicatera que les proporcionan las elecciones cercanas, agachan la cabeza y se miran la punta de los zapatos porque no tienen ni puta idea de lo que deben decirles a unos ciudadanos que, en definitiva, somos tanto o más culpables que ellos. No en vano, la ineficaz y pestilente clase política que nos gobierna no es más que un reflejo de nuestra propia sociedad. Nosotros, la gente corriente y moliente, hemos olvidado la responsabilidad que tenemos encomendada desde el artículo 1 de nuestra Constitución donde, como pueblo, se nos reconoce la soberanía de la que emanan los poderes del Estado, y en cambio, nos hemos tomado esto como si de un Barça-Madrid se tratara, apostando por un equipo cada cuatro años para sacar las banderas a la calle en caso de victoria. Con una indolencia digna de la mejor época del Despotismo Ilustrado, hemos permitido el regreso de la clase gobernante capaz de dirigir nuestras vidas íntimas, y que pertrechada por el invento del pensamiento colectivo, ha ido destruyendo al individual, haciéndonos creer que los dos únicos modelos sociales posibles son el del enriquecimiento rápido y el del funcionariado, que si lo piensan, tienen por común característica la de tocarte los huevos para el resto de tu vida.

Salir de esta crisis no es una cuestión del Gobierno ni de la Oposición, ni siquiera del Estado. No, no es una cuestión colectiva, sino individual. Depende de cada uno de nosotros, de la capacidad reflexiva que podamos tener para cambiar nuestra forma de vida, para entender que el capitalismo no ha muerto ni morirá mientras existan recursos por los que competir, para encontrar el bienestar en nuestra propia satisfacción, desterrando, de una vez por todas, aquellos estándares por los que un día todos competimos para igualarnos, haciendo a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres. En definitiva, mandando a freir espárragos a esta mierda de sistema en el que un buen minuto televisivo puede ser suficiente para que cualquier tonto, sea del color que sea, diga sus tonterías...

...desde Moncloa.