¿Qué es Enred@ndo?

Aún tratándose de un blog personal, Enred@ndo no pretende ser la página de mis confesiones íntimas, ni mucho menos, aburrir con un sentido práctico-profesional. Se trata más bien de un blog para el que viene y va por la red sin mirar atrás, donde la ficción y la realidad convivan sobre nuestros enredos cotidianos con el desparpajo del que se siente un neófito en esta nueva forma de compartir.

martes, 14 de diciembre de 2010

Boceto de Estudio de Anette al Desnudo

En la luz, luciérnaga brilla,
en la noche, profunda se esconde,
con la espada, ni cómo, ni dónde,
ni perros ladrando, ni cola de ardilla.

En el llanto, sus ojos desnudos,
en el sueño, desnuda su alma,
con el duelo, ni olivo, ni palma,
ni látigos sordos, ni pájaros mudos.

En la vida, campana de aldea,
en las prisas, con botas de agua,
con el fuego, ni incendio, ni fragua,
ni sangre en la frente, ni vasta marea.

En la estrella, Minerva sin lanza,
en la senda, la rueda mellada,
con la rabia, ni envida, ni Iliada,
ni espejo que habla, ni flecha que alcanza.

En el miedo, la luz del armario,
en ingratos, la bruja del cuento,
con amigos, ni uno, ni ciento,
ni estúpido vuelo, ni ajado diario.

En el beso, Roxana sin velo,
en la sombra, Cyrano sin verso,
con su plaza, ni flor, ni perverso,
ni pátina dulce, ni amargo desvelo.


(Imagen: Boceto de un Desnudo de David Rosales Castillo)

lunes, 13 de diciembre de 2010

Carta a Atenea o Elegía del Amor de los Idiotas

En la frontera de lo impío,
donde se confunden los brillos de la espuma,
sobre tu carro arrastrado por saliva de corcel,
(Oh mi señora) tu rostro dibuja la frialdad de la batalla.

Cuando los brotes tiernos de las primeras sonrisas
perfuman el hedor de los cadáveres bajo tus ruedas,
el toque de retirada, siempre fiel,
se hiende de la razón a lo aparente.

Amanece rápido y el día te aclama
porque la noche es corta cuando se combate a tu lado,
y el trino canta tus proezas
con vítores que suenan a hueco de calavera.


Los últimos en morir ya se levantan para malvender migrañas

y amanecen en mí los pétalos de tu victoria,
con tu cabello recogido cayendo sobre mi frente,
cerrando mis ojos.

Después nada. Oscuridad.
El crepitar del frío. Nada más
Manos que tiemblan. Nada más.
Que piden clemencia.

¿Qué poder tiene tu espada para cegar mi vista?
Envidio a aquéllos que muertos fueron por tu mano,
pues ciego estoy y sólo siento el ruido de tus cabellos
al abrevar en la herida de mis cuencas vacías.

Tendido entre harapos e inmóvil,
imploro la visita de una flecha tuya
que parta en dos mi loriga
para así adorarte en los duermevelas.

(Entonces)
Dos brazos fuertes me izan del trapiche de tu beso
y arrastrado soy por el fango.
Ante tu mirada atenta
pasa lento el tiempo de la agonía.


Conozco mi destino que ya percibo
por el olor acre de la fosa,
donde mezclado con maderos secos,
arderé hasta la Eternidad.

¡No estoy muerto, sólo ciego! Grito desesperado.
Únicamente las lombrices pueden oírme mientras trabajan.
Tú, Atenea, no.
Sólo oyes los gritos de los que murieron.


Pero la tierra seca se desmorona
limpiando la sangre de mi rostro,
y aquél que me arrastra, bien me conoce,
pues a su lado luché para ti.

(
Tu herida es limpia, amigo susurra mientras la acaricia)

Con la ternura del hombre cansado,
anuda fuerte sobre mis párpados

la venda que antes empapó el sudor de la batalla

sobre los pezones hinchados de la fortuna.

(El tiempo se cicatriza en silencio...sólo silencio...silencio)

Y así sano estoy para loarte otra vez,
para rogar a tus pies el deseo de ser escudo
frente al mar,
empotrado en la quilla de tu galera,
conquistado por tu risa de fanfarrias.

Pues si en la impaciencia de mi frente
se ha de secar el laurel de tu corona,
con mis armas rendidas de nuevo a tu impostura,
quizás te dignes a mirar a los ojos de quien ciego estuvo.

Y si en ellos, al fin encuentras el brillo de la sangre limpia,
prenderé fuego a los candiles de tu templo
para reinar junto a ti,
sobre el trono de los idiotas, hasta el final de los tiempos.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Ortografía, zapatos y gomas de borrar

Llevo tiempo sin escribir. Mucho tiempo. Tanto, que hasta han cambiado las normas ortográficas y a los nuevos truhanes ya ni siquiera los podremos tildar como antes. Incluso a Grecia, que debe estar hecha unos zorros después de la intervención, le han obligado a que su "i griega" conviva con la consonántica "ye" que suena más moderna. En fin, que debo prodigarme más, porque a poco que me despiste y se despisten en Aragón, a la "jota" acaban por llamarla "gaga" y por ahí, si que no paso.

Chorradas alfabéticas aparte, la verdad es que no he escrito nada desde aquel post en el que le explicaba a ZP la diferencia entre culpabilidad y responsabilidad ¡Y para el caso que me hizo! Lo único que me consuela es que al menos mi hijo aprendió la lección sin necesidad de que tuviera que amenazarle con una intervención financiera de su caja de playmobil, y la verdad, no ha vuelto a perder un zapato en el colegio.

ZP tampoco ha perdido un zapato en su vida; eso sí, la goma la debió perder en preescolar y así le va al hombre que, de tanta tachadura en el discurso, pronto saldrá alguno de su partido dispuesto a sacarle punta. De momento, en Cataluña le han dado tanta cera que le han sacado hasta los colores. Y que conste que no me alegro de sus desgracias, porque como a los de la UE les dé por intervenir su caja de playmobil, vamos a perder hasta la peluca ¡Y ya no habrá manera de disimular el hueco que tenemos en la cabeza!

miércoles, 24 de febrero de 2010

La diferencia entre culpabilidad y responsabilidad

Esta tarde mi hijo de seis años, nada más bajarse del autobus, me ha dicho

Papá, tengo una mala noticia. He perdido una zapatilla de deporte.

Y mi reacción ha sido tan tranquila como firme, sin aspavientos ni sobreactuaciones aunque rígido como un pino de navidad, según la propia definición que mi hijo ha hecho de la pose.

Pues hijo haremos una cosa, estarás castigado sin ver dibujos en la tele, tantos días como los que pasen hasta que aparezca.

Os podéis imaginar el berrinche que se ha llevado. Ha pasado por todos los estados de enojo infantil posibles. Primero, unos pucheros de los que se te clavan en el alma para romper la tensión del momento, seguidos de un par de miradas de petición de indulgencia, clavando la barbilla en el pecho con la vista levantada como si mirara por encima de una gafas. La verdad, aunque he tenido que tragar saliva un par de veces, no le ha servido de mucho y ha pasado a mayores negando el castigo, a continuación, y buscando culpables como último recurso, envuelto ya en un llanto penoso de lágrimas de medio litro.

La culpa es de la mochila que se me abre sola y seguro que se me ha caído después de atletismo. Además, Íñigo tiene la costumbre de coger las zapatillas de los demás niños y tirarlas hacia arriba.
Ya imagino que no ha sido adrede le he dicho para intentar calmarlo un poco pero entiende que el hecho de que no seas culpable no te exime de ser responsable del cuidado de tu material escolar.

El pobre mío se ha quedado sin argumentos, compungido, quizás pensando que su padre estaba siendo injusto con él, quizás pensando que su descuido había sido una falta muy grave. Entonces me ha vuelto a mirar y me ha dicho "Lo siento, papá".

Esta tarde mi hijo de seis años, nada más bajarse del autobus, ha recibido una de esas pequeñas lecciones que se quedan en el subconsciente para el resto de su vida, y por el tono de su último lamento estoy seguro de que ha aprendido la diferencia entre culpabilidad y responsabilidad, lo cual me ha llevado a una reflexión algo más profunda.

¿Alguna vez nuestro querido presidente del gobierno fue castigado por perder una zapatilla en el colegio? ¿Acaso lo fue siquiera por perder el sacapuntas? Yo creo que no, porque entonces admitiría que, aun no siendo culpable de los desmanes que han conducido a la actual crisis económica, hoy por hoy, es el único al que exigirle responsabilidades, y por tanto, el único responsable. Y cuanto menos, si no sabe salir de ésta podría decir aquello de "lo siento".