Han pasado ya casi diez años desde aquel día en el que, mi mujer y yo, montamos un viejo PC en la mesa del comedor, recortamos unas tarjetas con la tijera de la cocina y empezamos a volar solos. Diez años ya de aquella noche en la que le solté por teléfono cuatro frescas a la "primera jefa" de Asun, y la despidieron, claro. Una década, en la que el "teletrabajo"no era una opción, sino un recurso, y mi mujer debía atender a su cliente Aurelio en aquel salón de la casa de sus padres, poniendo cara de chica lista. Teníamos miedo sí, pero ¡que cojones le echábamos!
Han pasado mucho tiempo y muchas cosas. Mucha gente también. De los buenos aprendí las cosas buenas y de los malos, las cosas malas, pero aprendí lo suficiente para, ahora, poder evitar a estos últimos. Rafael, nuestro hijo, cambió nuestra vida como un ciclón y aceleró el segundero del reloj de la cocina. Mi niño es una joya, mi joya, nuestra joya.
Sin acudir a la nostalgia, vuelvo la vista atrás para agradecer a mucha gente pero sobre todo a mi mujer, a mi hijo, que es y será siempre la mejor empresa que he puesto en marcha, y a nuestra familia y amigos, que aún tenga un ordenador en la mesa del comedor para poder escribir este recuerdo, porque su inconsciente rebeldía alberga el impulso que nos ha de mantener en vilo los próximos diez años.
¿Y después? Bueno, no me atrevo a decir que será un ordenador lo que tenga en la mesa del comedor, pero seguro que encontraré algo para escribir de nuevo.
2 comentarios:
Uy, uy, uy... ¡qué querrás pajaruelo! con esta entrada tan romanticona..... Ya está el gusanillo para ir pronto a Granada a ver ese PC tuyo sobre la mesa y echarnos unas buenas charlas.
Será que me hago mayor, Óscar!!!
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